Estos días estoy durmiendo poco, pero muy profundamente, y teniendo sueños intensos y bonitos.
Hoy no he cogido la moto. Me duele un poco el brazo, no sé si de la caída del otro día. Se han encargado de mí los hijos mayores de Benjamín.
Por la mañana voy con Sonia a ver el Monumento al Campesino (otra de las obras de César Manrique, una enorme estatua blanca abstracta plantada a la orilla de la carretera y una bonita casa "típica" blanca y verde donde hay un restaurante probablemente caro) y la Geria, un paraje volcánico donde los campesinos han ideado una ingeniosa manera de cultivar la vid, aprovechando la porosidad de la piedra para retener la humedad de las escasas (¿!?) lluvias y el rocío y construyendo muros de piedra en forma de C para proteger las plantas del viento casi constante. Es curioso ver tal cantidad de ces de piedra en aquel paisaje desértico: constituyen una visión comparable a los monolitos de Stonehenge. Lástima que a estas alturas del año las vides aún no estén verdes. Paramos en una bodega a tomarnos unos cuantos cortos de malvasía. Luego, unas tapas en Yaiza: corvina sancochada (un pescado guisado buenísimo) y algo que se llama "garbanzada", "garbanza" o algo parecido (una especie de cocido de garbanzos y callos, también estupendo). Ya noto que estoy engordando estos días aquí.
Sonia me deja en Puerto del Carmen, una localidad turistiquísima y tan blanca que deslumbra bajo los rayos del sol. Hoteles y tiendas de souvenirs se suceden hasta el infinito. Allí me recoge con su furgoneta Bejamín Jr. y nos vamos de tur por la isla. Desde un mirador vemos el mar, el pueblecito de Haría y el Valle de las Mil Palmeras (por lo visto censadas hay mil ciento una, pero el nombre perdía gancho y lo dejaron en mil). Sorprende tanto verde después del paisaje árido de los últimos días. Bajamos hasta Haría y damos una vuelta. Tiene que ser aburrido vivir en un lugar así. Benjamín me cuenta que la mayoría de la gente joven se va a estudiar fuera, ya que en Lanzarote sólo se pueden hacer dos carreras. Tiene que ser insoportable vivir en un lugar así. Subimos hasta el Mirador del Río, pero me niego a pagar no sé cuánto (demasiado, en cualquier caso) para entrar. Saltamos una valla y hacemos caso omiso del prohibido el paso. No sé si la vista será tan buena como desde dentro del propio mirador, pero a mí ya me vale. Nos hallamos en la cima de un acantilado. A decenas, quizá cientos de metros por debajo de nosotros se extiende, primero, una playa alargada y unas antiguas salinas que destellan al sol; enseguida, un canal azulísimo que quizá tenga un quilómetro de anchura y que recuerda a un río (de ahí el nombre del mirador); y, al otro lado, la isla de La Graciosa: una gran mancha de tierra seca con un pueblo blanco y un puerto lleno de barquitos en el extremo más cercano, un pueblo minúsculo a bastante distancia del primero, un par de montículos probablemente de origen volcánico y varias playas desiertas. Al fondo está la isla de Alegranza, deshabitada, y el islote de Montaña Clara. Me resulta extraño abarcar de un solo vistazo una isla entera más los islotes cercanos. La Graciosa es como una ameba gigante. Desde allí arriba, a pesar de sus insignificantes volcanes, resulta totalmente plana. Sus habitantes, que los lanzaroteños llaman "italianos" por su extraño acento, viven de la pesca y, ahora, del turismo. Allí no hay árboles que den sombra, no hay nada verde. Los gracioseros se protegen la cabeza con una "sombrera" especial cuya ala casi vertical les cubre también la cara.
Bajamos al pueblo pesquero de Órzola, desde donde se puede coger el transbordador a La Graciosa. Cerca del puerto tienen una especie de tendedero de alambre para jarear el pescado. Lástima que hoy esté vacío, me habría gustado verlo. Y fotografiarlo, of course. Junto a una casita blanca, debajo de una señal de prohibido aparcar, dos turistas enrojecidas en camiseta sin mangas están tiradas de cualquier manera en un banco como si alguien las hubiera abandonado allí. Se abanican con la mano y, si no tenían la lengua fuera, podrían haberla tenido. Más allá, unas argentinas tienen expuesta su mercancía sobre el muro del paseo. Benjamín compra algo para Alicia, su novia, pues al día siguiente es su cumpleaños. La argentina le cobra y vuelve a sentarse sobre una manta a tomar mate con sus compañeras. Tienen un termo para el agua. Como ya pasan de las cinco y tenemos hambre, nos sentamos en la terraza de un restaurante y nos inflamos de papas arrugás, lapas (¡se comen!) con mojo, pan con ajo, vieja a la espalda y cerveza Tropical.
A la vuelta pasamos por Punta Mujeres y Arrieta (dos pueblitos pesqueros) y el Charco del Palo (una especie de urbanización nudista con los carteles en alemán).
Ya en Arrecife vamos al local de ensayo de unos amigos de Benjamín y Alicia. Es un antiguo almacén del Puerto de Naos, lo tienen para ellos solitos y se lo han montado de maravilla, convirtiéndolo en centro social: las paredes pintadas con dibujos de colores, sillones, una barra con grifos de cerveza y nevera, carteles de algún festival poético organizado por ellos y, en el centro, la batería, los amplis... Se han juntado gente de dos grupos para hacer una especie de jam session. Pero además de ellos, otras diez personas están allí escuchando, bailando, conversando entre sí, jugando a un juego que consiste en construir torres de bloques de colores y luego sacar los que hay debajo sin derribar la construcción... Me encanta el rollo que hay. Aunque la acústica no sea perfecta, es uno de los locales de ensayo más agradables que he visto en mi vida, y he visto muchos. Que los amigos se junten así, espontáneamente, sin haber quedado de antemano, sabiendo que probablemente habrá ensayo y, consecuentemente, fiesta, me parece admirable. Después de mi experiencia de los últimos días y, sobre todo, de esta noche, tengo que admitir que mi primera impresión ha cambiado radicalmente y que los canarios me están cayendo bastante bien.
Unas cuantas cervezas más tarde, nos vamos a dormir.
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4 comentarios:
Acá estaremos esperando la continuación...
Saludos!
¡¡¿¿Lapasss??!! ¿Y qué tal saben? :)
Biquiños
Lagartija (nombre, por cierto, muy adecuado a estos parajes): bienvenida.
Attzaar: pues las lapas no están mal, aunque son un poco demasiado correosas para mi gusto. Saben a mar y al mojo que llevan. Supongo que aquí no tienen mejillones ;)
creo k eres un incomprendido de la vida,lastima veas las cosas de esa manera no me extraña k viajes solo,ademas haria es un pueblo mucho mejor incluso que los k tu tienes en españa,sin dejar de desmerecer,sabes?siento mucha pena por ti
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